Para la masonería, al igual que en otras corrientes iniciáticas, existen épocas especiales del año que revisten un profundo significado simbólico. Los solsticios y los equinoccios, por ejemplo, son vistos como momentos de conexión entre el ser humano y los ciclos naturales de la Tierra; momentos en que el cielo y la tierra se hablan en voz baja y el ser humano —si escucha— puede sentir que también le hablan a él.
Bajo la ley de correspondencia —“como es arriba, es abajo”— todo lo que ocurre en el universo repercute en nuestra vida interior, y lo que influye en el planeta también nos toca como individuos en proceso de crecimiento espiritual.
El año nuevo, en este sentido, representa un tiempo de renovación, de reflexión, de fe y de esperanza. Así como la naturaleza reinicia sus ciclos, el hombre encuentra en el comienzo de un nuevo año la oportunidad de cerrar etapas, evaluar lo aprendido y abrirse a nuevas posibilidades de perfeccionamiento, sabiendo que la vida es un proceso continuo de transformación, en el que cada ciclo nos invita a pulir nuestra piedra bruta y acercarnos un poco más a la piedra cúbica, símbolo de la perfección buscada.
Sabemos que la luz es el símbolo de la verdad y del conocimiento, por tanto, el año nuevo se vincula con la idea de que la luz siempre renace, incluso después de la noche más larga. El solsticio de invierno, por ejemplo, marca el momento en que la oscuridad comienza a ceder y la luz vuelve a crecer. Este fenómeno natural se convierte en metáfora de la vida interior: siempre es posible recomenzar, siempre hay un amanecer que nos invita a fortalecer nuestras virtudes y a seguir adelante en el camino hacia la verdad.
Sin embargo, para el masón el año nuevo debería trascender la barrera de lo individual y pasar a ser parte de un reforzamiento de los lazos de fraternidad. La Masonería establece que todos los hombres son parte de una gran familia universal, y que, por tanto, la fuerza de la Orden reside en la unión de sus miembros. El inicio de un año es ocasión para agradecer la compañía de los hermanos, para reafirmar la solidaridad y para proyectar juntos nuevas metas. Es un momento para renovar el compromiso de trabajar no solo en la construcción del templo interior, sino también en la construcción de un mundo más justo y luminoso.
En un tono más cotidiano, se podría decir que el año nuevo para los masones representa un espacio para mirar atrás con gratitud y hacia adelante con esperanza, sabiendo que el tiempo no sólo se mide en horas, días y meses, sino en aprendizajes, en actos de fraternidad y en la constancia con la que cada uno trabaja sobre sí mismo.
Este 31 de diciembre, a media noche, cuando alcemos las copas para brindar por el año que se despide, hagamos también en silencio un acto de conciencia espiritual, compromiso de recomenzar, de dejar atrás lo que ya no nos sirve y a abrirnos a lo que puede hacernos mejores, en la certeza de que la obra nunca está terminada, porque la construcción del templo interior es tarea de toda la vida. Y en cada amanecer, en cada nuevo ciclo, recordemos que la luz está siempre disponible para quienes deciden caminar hacia ella.