¿Qué secreto celosamente guardaba uno de los padres fundadores de Estados Unidos? ¿Qué virtud practicaba en silencio, lejos de la mirada del mundo? Benjamín Franklin, reconocido por su ingenio y pragmatismo, también guardaba un enigma en su vida: la castidad. Pero no te dejes engañar por su imagen de hombre racional y calculador. Franklin era un ser humano complejo, con deseos, pasiones y conflictos internos. En medio de esa dualidad, la castidad se erigía como un faro, una guía en las turbulentas aguas de su sexualidad.
Pero, ¿qué significaba la castidad para Franklin? ¿Implicaba acaso un voto de celibato, una renuncia a los placeres carnales? La respuesta te sorprenderá: Franklin no era austero. Su concepto de la castidad era más profundo, sutil y, en cierto modo, revolucionario. Imaginen a Franklin en la intimidad de su hogar, llevando un registro meticuloso de sus acciones y pensamientos. Cada noche, se enfrentaba a sus demonios internos, analizando sus anhelos y evaluando su fuerza de voluntad. ¿Había sucumbido a la tentación? ¿Había actuado con moderación y autocontrol?
Para Franklin, la castidad era un desafío personal, una batalla constante que ponía a prueba su determinación y su carácter. ¿Por qué le daba tanta importancia a esta virtud? ¿Qué secretos ocultaba su práctica de la castidad? La respuesta a estas preguntas les llevará a un fascinante recorrido por la vida de Franklin, una travesía que revelará aspectos desconocidos de su personalidad y les invitará a cuestionar sus propias concepciones sobre la sexualidad.
En la Filadelfia del siglo XVIII, Benjamin Franklin se erigía como una figura destacada de la Ilustración. Era un inventor, científico, político... un espíritu perspicaz y brillante que exploraba los misterios del mundo guiado por la razón. Pero Franklin no se limitaba a los descubrimientos científicos; también se sumergía en el estudio de la moral y las virtudes.
Entre ellas, la castidad destacaba por su singularidad. No se refería a la castidad impuesta por el dogma, sino a la que surge del autocontrol y la búsqueda del equilibrio. Franklin, como un alquimista de la conducta, procuraba transformar la energía sexual en fuerza vital y en impulso para alcanzar la virtud y el bienestar personal.
En su mente resonaban las enseñanzas de antiguas tradiciones iniciáticas. El yoga, con su práctica del brahmacharya, invitaba a moderar los impulsos sexuales para liberar energía. El budismo, con su recta conducta, abogaba por la abstinencia de conductas sexuales inapropiadas. Y el taoísmo, con su cultivo de la energía sexual, buscaba la transformación de esta fuerza para el desarrollo espiritual.
Franklin, como hombre que buscaba la verdad a través de la razón, tomó lo mejor de estas tradiciones y lo adaptó a su filosofía de vida. La castidad, para él, no era un fin en sí mismo, sino una herramienta para alcanzar la virtud y el bienestar personal. En este camino, otras virtudes lo acompañaban, como la templanza, que le permitía moderar sus deseos y pasiones, y el silencio, que cultivaba la reflexión y el autocontrol.
De esta manera, Franklin se convirtió en un ejemplo de cómo la razón y la espiritualidad pueden coexistir y complementarse. Su visión de la castidad, alejada de dogmas y misticismo, nos invita a reflexionar sobre el papel de la sexualidad en nuestra vida y sobre cómo podemos utilizarla para nuestro crecimiento personal y espiritual.
En un mundo donde la sexualidad a menudo se reduce a un simple objeto de consumo, la visión de Franklin nos recuerda que somos seres complejos, con deseos y pasiones, y con la capacidad de trascenderlos. Franklin entendía la castidad como un camino de autocontrol, moderación y transformación.
En el interior de cada masón anida un anhelo profundo, un deseo de superación y crecimiento personal. Como buscadores de la verdad y la virtud, los masones se inspiran en figuras históricas destacadas, hombres que supieron iluminar el camino con su ejemplo y sabiduría.
Uno de estos referentes es Benjamin Franklin, un hombre de múltiples talentos cuyo espíritu curioso y brillante exploró los secretos del mundo guiado por la razón. Pero Franklin no solo se dedicó a los descubrimientos científicos, sino que también se sumergió en el estudio de la moral y las virtudes. Entre ellas, la castidad destacaba por su singularidad.
Franklin, como masón que reflexionaba sobre la moral y el autocontrol, y como hombre de la Ilustración que buscaba la verdad a través de la razón, asimiló lo mejor de las distintas corrientes iniciáticas y lo adaptó a su propia filosofía de vida. Para él, la castidad no era un fin en sí mismo, sino una herramienta para alcanzar la virtud y el bienestar personal.
En la masonería, la castidad se presenta como un camino de autocontrol y transformación personal. Al igual que Franklin, los masones aprenden a cultivar la templanza, la prudencia y el autocontrol, virtudes que les permiten vivir una vida más plena y significativa. En este contexto, la castidad trasciende la mera abstinencia sexual para convertirse en un compromiso con la moderación y el respeto en todas las áreas de la vida.
Así, Franklin se convirtió en un ejemplo de cómo la razón y la espiritualidad pueden coexistir, cómo la ciencia y la moral pueden complementarse. Su visión de la castidad, alejada de dogmas y misticismo, nos invita a reflexionar sobre el papel de la sexualidad en nuestra vida y sobre cómo podemos utilizarla para nuestro crecimiento personal y espiritual.
En un mundo donde la sexualidad a menudo se reduce a un simple objeto de consumo, la visión de Franklin nos recuerda que somos seres complejos, con deseos y pasiones, y con la capacidad de trascenderlos. La castidad, tal y como la entendía Franklin y como se practica en la masonería, es un camino de autocontrol, moderación y transformación. Es un camino que nos invita a crecer como personas y como masones, acercándonos a la verdad, la virtud y el bienestar.
Permítanme, como masón y estudioso pragmático de las virtudes de Benjamin Franklin, adentrarles en la fascinante relación que este ilustre hombre estableció entre la castidad y la masonería, una conexión que va más allá de lo evidente y que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza misma de la virtud. En este sentido, la masonería, a la que Franklin perteneció con fervor, se presentó como un entorno ideal para cultivar y practicar la castidad. La orden fraternal, con sus enseñanzas sobre la templanza, la prudencia y el autocontrol, proporcionaba a Franklin las herramientas necesarias para comprender y aplicar esta virtud en su vida diaria.
Aunque la masonería no impone votos de celibato, promueve la moderación en todos los aspectos de la vida, incluida la sexualidad. A través de sus rituales y simbolismos, la orden invita a sus miembros a reflexionar sobre sus impulsos y deseos, y a buscar un equilibrio entre la razón y la pasión. En este sentido, la masonería se asemeja a las antiguas escuelas de misterios, donde la castidad se consideraba un camino hacia la sabiduría y el autoconocimiento. Así, la castidad, en el contexto masónico, trasciende la mera abstinencia sexual para convertirse en un camino de autocontrol y transformación personal. Al dominar sus impulsos, el masón libera energía que puede canalizar hacia fines superiores, como servir a los demás y buscar la verdad. Esta visión de la castidad se alinea con los principios fundamentales de la masonería, como la búsqueda de la virtud y el perfeccionamiento moral. La castidad se convierte así en un símbolo de la pureza de intenciones y la fidelidad a los principios masónicos.
Ahora bien, es importante señalar que la visión de Franklin sobre la castidad no se limitaba al ámbito masónico. Su enfoque pragmático y racional también se reflejaba en su vida cotidiana, donde buscaba aplicar los mismos principios de moderación y autocontrol a todas sus acciones. En este sentido, podemos establecer una conexión entre la castidad según Franklin y el séptimo mandamiento: No cometerás adulterio. Aunque este mandamiento se centra específicamente en la fidelidad conyugal, también puede interpretarse como una invitación a la moderación y el respeto en las relaciones sexuales. Franklin, al igual que la tradición judeocristiana, valoraba la fidelidad y el compromiso en las relaciones. Su enfoque sobre la castidad, aunque no se limitaba a la abstinencia sexual, promovía la responsabilidad y el respeto en el uso de la sexualidad.
Por esta razón, la relación entre la castidad y la masonería en el pensamiento de Benjamin Franklin es un claro ejemplo de cómo la razón y la espiritualidad pueden coexistir y complementarse. Su visión de la castidad, enraizada en la Ilustración y desarrollada en el marco de la masonería, nos invita a reflexionar sobre el papel de la sexualidad en nuestra vida y sobre cómo podemos utilizarla para nuestro crecimiento personal y espiritual. En última instancia, la castidad se revela como un camino hacia la libertad interior, un dominio de uno mismo que permite al masón trascender sus impulsos y vivir de acuerdo con los más altos ideales de la orden.
En relación con los pecados capitales, la lujuria es el pecado que más se opone a la virtud de la castidad. La lujuria se define como un deseo desordenado e incontrolable de placer sexual. La castidad, por otro lado, implica dominar los impulsos sexuales, practicar la moderación y ser fiel.
Franklin reconocía que la lujuria podía ser un obstáculo para el desarrollo de otras virtudes y para el bienestar general de la persona. Por lo tanto, promovía la castidad como una forma de fortalecer el carácter y alcanzar una vida más virtuosa y satisfactoria.
Es importante tener en cuenta que la visión de Franklin sobre la castidad estaba influenciada por su contexto histórico y cultural. En el siglo XVIII, la sociedad era más conservadora en cuanto a la sexualidad y se valoraba la moderación y la fidelidad. Sin embargo, la visión de Franklin sobre la castidad sigue siendo relevante en la actualidad, ya que nos invita a reflexionar sobre el papel de la sexualidad en nuestra vida y la importancia de practicar la moderación y la responsabilidad.
Ahora bien, en nuestro siglo XXI, la lujuria se manifiesta de formas diversas y sutiles. La tecnología, la publicidad y la cultura popular promueven una visión de la sexualidad centrada en el placer inmediato y la gratificación personal. Las redes sociales, las aplicaciones de citas y la pornografía en línea exponen a las personas a estímulos eróticos constantes, lo que puede dificultar el autocontrol de los impulsos sexuales.
La castidad, por otro lado, se ha convertido en un concepto menospreciado e incluso ridiculizado en algunos sectores de la sociedad. A menudo se asocia con la represión y la moral anticuada. Sin embargo, desde una perspectiva masónica, la castidad no se refiere a la abstinencia sexual, sino al dominio de los impulsos y la práctica de la moderación.
En la época de la Ilustración, Benjamin Franklin destacó por su incansable afán de conocer la virtud y el saber. Su mente, a la vez científica y filosófica, exploró los límites de la moral con la misma dedicación que los misterios de la electricidad. Y en esa travesía, la castidad se manifestó como un pilar fundamental de su sistema ético. Sin embargo, para Franklin la castidad no era un concepto restrictivo o puritano. Era, más bien, una senda de moderación, un instrumento para encauzar la energía sexual hacia objetivos superiores. Como un jardinero que poda las ramas innecesarias para fortalecer el árbol, Franklin creía que el dominio de los impulsos sexuales permitía liberar fuerzas creativas y espirituales.
La masonería, a la que Franklin perteneció con devoción, fue el terreno fértil donde estas ideas se desarrollaron. La orden fraternal, con sus enseñanzas sobre la templanza, la prudencia y el autocontrol, brindó el marco propicio para que Franklin desarrollara su visión de la castidad. En el simbolismo masónico, la castidad se vincula con la pureza de intenciones y la lealtad a los principios. El masón que cultiva esta virtud no solo busca el equilibrio en su vida sexual, sino que también se compromete a preservar la integridad de su ser y a cumplir sus promesas con la orden y sus hermanos. Así, la castidad se convierte en un camino de autodesarrollo que trasciende lo individual. Al controlar sus impulsos, el masón se fortalece, se vuelve más sabio y más capaz de servir a la humanidad. La energía que antes se disipaba en deseos desordenados se transforma en ímpetu para construir un mundo mejor.
La perspectiva de Franklin sobre la castidad, arraigada en la Ilustración y alimentada por la masonería, nos invita a reflexionar sobre el papel de la sexualidad en nuestra vida. Nos recuerda que somos seres complejos, capaces de superar nuestros impulsos y de emplear nuestra energía para alcanzar metas elevadas. En esencia, la castidad es un camino hacia la libertad. Al liberarnos de la tiranía de nuestros deseos, nos convertimos en dueños de nuestro destino y podemos vivir una vida más plena y virtuosa. Es un legado que sigue vigente en nuestros tiempos, una invitación a explorar nuestro interior y a hallar el equilibrio entre la razón y la pasión.
Un masón que practica la castidad se esfuerza por mantener su mente libre de pensamientos impuros o lascivos, ya que estos pueden ser obstáculos en el camino del autodesarrollo. Esto implica un esfuerzo consciente por cultivar la templanza y la moderación en todos los aspectos de la vida, no solo en el sexual. Por otra parte, el respeto y el compromiso en las relaciones personales son otra manifestación de la castidad en la vida diaria de un masón. Un masón que valora la castidad se esfuerza por mantener relaciones honestas y sinceras con su pareja, su familia y sus amigos. Esto implica evitar la promiscuidad y la infidelidad, así como cultivar la fidelidad y el compromiso en todas sus relaciones.
Es importante recordar que la castidad, tal y como la entendía Franklin y como se promueve en la masonería, no se limita a la abstinencia sexual. Es un concepto más amplio que abarca la moderación en todos los aspectos de la vida, el autocontrol y la pureza de intenciones. En el rito de Emulación, se nos enseña que la castidad es una de las virtudes cardinales que debemos cultivar. Al practicarla en nuestra vida diaria, nos volvemos más fuertes, más sabios y más capaces de alcanzar nuestras metas.
La castidad, como camino de vida, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia sexualidad y sobre cómo podemos utilizarla para nuestro crecimiento personal y espiritual. Al igual que Franklin, los masones modernos pueden encontrar en la castidad un camino hacia la virtud y el bienestar.
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Este artículo se deriva de una presentación compartida en el Programa "Las 13 Virtudes de Benjamin Franklin" , ofrecido por la Buena Vista Lodge N° 116 entre el 01-02-2025 y el 28-02-2025.