¿Alguna vez te has detenido a pensar si realmente ves el mundo tal como es? Sospecho que la mayoria de las veces pasamos de largo, convencidos de que los ojos son ventanas limpias abiertas a la realidad. Pero no tardamos en descubrir que esas ventanas estan empanadas por el aliento de nuestros prejuicios, y que los marcos estan hechos de las costumbres que heredamos sin cuestionar. Vivimos iluminados por un sol que, paradojicamente, nos ciega: damos por sentado lo que vemos y, al hacerlo, dejamos de verlo. La luz diurna, tan celebrada, nos roba la noche interior donde podriamos aprender a mirar de otro modo.
Existe, sin embargo, una corriente silenciosa que ha sabido mantener viva la sospecha de que hay otra forma de ver. La tradicion iniciatica, esa herencia comun a misterios eleusinos, escuelas pitagoricas, cofradias de constructores medievales y, en nuestros dias, la Masoneria, ha sostenido que el ojo humano puede abrirse a un segundo amanecer, mas lento y exigente que el primero ya que este amanecer no surge cuando el sol asoma por el horizonte, sino cuando el hombre se atreve a cruzar hacia la luz desde un umbral en penumbra.
Imagina que te conducen hasta una puerta sin picaporte, al otro lado, una estancia vacia recibe tus pasos con el eco de tus propios temores. Te piden dejar fuera lo que mas aferras: tu nombre, tu cargo, la certeza de saber quien eres. Se te invita a cerrar los ojos, no como gesto simbolico, sino como ejercicio de fe. En la oscuridad, el universo se reduce al latido de tu sangre y al rumor de tus pensamientos. Por un instante que parece dilatarse en anos, la superficie de las cosas se disuelve y aparece el fondo: el lugar donde habitan las preguntas que rara vez formulamos porque las respuestas habituales nos sobran. .Quien soy cuando nadie me mira? .Que valor tiene mi palabra cuando no hay testigos? .En quien confio cuando no puedo ver el camino?
La oscuridad, lejos de ser negacion, se vuelve materia prima. Igual que la semilla necesita enterrarse para germinar, la conciencia exige un tiempo de maduracion. Alli, en la tierra movediza de lo incierto, se rompen las costras del gyoh acartonado. Surgen entonces palabras que no habiamos pronunciado, recuerdos que no sabiamos que guardabamos, y una extrana lucidez que no procede de la luz exterior. Un guia que permanece a tu lado no ofrece mapas, solo presencia. Su voz no describe el camino sino actitudes: escucha, calla, agradece, confia.
Luego, algo cambia; no se trata de un relampago teatral sino de una tibia certeza que se instala lentamente: ver no es una operacion pasiva de los ojos, sino una alianza activa entre mente y corazon. Cuando la luz regresa; ahora si, el mundo parece el mismo y, sin embargo, esta traspuesto. Las paredes conservan sus grietas, pero tambien su historia; los rostros conservan sus arrugas, pero revelan la ternura que las causo. Has aprendido a mirar sin etiquetar, a escuchar sin anticipar, a sentir sin traducir. Has comprendido que la vision mas profunda no ilumina el paisaje, sino al que lo mira.
La Masoneria, como custodia viva de esa tradicion, no entrega verdades terminadas sino simbolos que el tiempo desgasta y el hombre restaura con su propia biografia. Las herramientas de trabajo no ensenan geometria, pero si equilibrio, no corrigen angulos sino actos, no trazan circulos sino limites dentro de los cuales la libertad cobra sentido. Cada herramienta es un espejo que devuelve una parte de nosotros que ignorabamos. Cuando el recinto queda de nuevo en silencio, la antigua oscuridad vuelve a hacerse presente, ya no como amenaza sino como aliada: la que nos recuerda que la luz mas intensa es la que nace de la noche bien cultivada.
Al final del camino que, en realidad, es una espiral que vuelve a empezar, quien ha aprendido a ver sabe que su mirada ya no le pertenece del todo. Se ha convertido en un canal que conecta lo interno con lo externo. Por eso la ultima leccion es tambien la primera: la vision verdadera no se acumula, se comparte; no se exhibe, se presta. Cada acto de compasion, cada gesto de justicia, cada palabra mesurada es un rayo de esa luz que nacio en la oscuridad y que ahora quiere alumbrar otros rostros.
La paradoja, pues, queda desvelada: para ver el mundo tal cual es, antes tuvimos que dejar de verlo como lo creiamos. Y al hacerlo, descubrimos que la oscuridad no era un muro que cerraba el paso, sino una puerta que, al empujarla, nos devolvia al mundo con los ojos recien lavados de inocencia y de sabiduria.