La Masonería, como institución iniciática y filosófica, ha sostenido históricamente como pilar fundamental la creencia en un Ser Supremo, denominado tradicionalmente el Gran Arquitecto del Universo (G.A.D.U.). Este requisito, aunque sujeto a diversas interpretaciones a lo largo de los siglos, ha delineado la regularidad y el reconocimiento entre las distintas obediencias masónicas a nivel mundial. Surge entonces la pregunta: ¿es posible concebir y practicar una Masonería auténtica para quienes no profesan fe en ninguna deidad?
El fundamento de esta creencia se encuentra en las Constituciones de Anderson de 1723, texto fundacional de la Masonería moderna. El primer artículo establece que un masón está obligado a obedecer la ley moral, y si comprende bien el Arte, "nunca será un ateo estúpido, ni un libertino irreligioso". Este lenguaje, aunque ambiguo, estableció una base teísta clara.
Para las Grandes Logias que siguen la línea de la Gran Logia Unida de Inglaterra, la interpretación es categórica: la creencia en un Ser Supremo y en la Inmortalidad del Alma es un Landmark inamovible. El G.A.D.U. no representa una deidad específica, lo que permite la inclusión de creyentes de distintas religiones, pero exige la afirmación de un principio creador trascendente. Desde esta perspectiva, la respuesta es definitivamente negativa. La Logia se concibe como un espacio sagrado donde la fe en lo trascendente es esencial para la práctica ritual y la comprensión simbólica.
La posibilidad de una Masonería sin el imperativo teísta emerge principalmente con el Gran Oriente de Francia y su reforma de 1877. Al priorizar la libertad absoluta de conciencia, esta obediencia eliminó la obligatoriedad de referirse al G.A.D.U. y de colocar cualquier Volumen de la Ley Sagrada sobre el Altar. Esta decisión provocó un cisma significativo, llevando a que la Masonería anglosajona y sus aliadas rompieran relaciones y clasificaran a estas corrientes como irregulares.
Para las obediencias liberales, el G.A.D.U. no se desecha, sino que se reinterpreta. Se transforma en un símbolo abierto: un Principio Creador Impersonal como la Razón Cósmica, un Ideal de Perfección Masónico, o una metáfora de la capacidad humana de ordenar y crear. Así, la Masonería se convierte en un espacio laico donde la búsqueda de la verdad y la fraternidad se centran en una ética humanista y el perfeccionamiento personal mediante la razón.
El debate central gira en torno a la esencia del trabajo masónico. Los defensores de la Masonería Regular argumentan que los rituales y la simbología —el Templo, la Leyenda de Hiram— están intrínsecamente ligados a un marco de trascendencia. Sin la creencia en algo superior, sostienen, el trabajo perdería su carácter iniciático y profundidad espiritual, reduciéndose a una mera asociación filosófica.
Los defensores de la Masonería Liberal, en cambio, sostienen que el verdadero espíritu masónico reside en la ética, la tolerancia y el compromiso social. Para ellos, la virtud y la búsqueda de la perfección pueden basarse en la razón y el humanismo, sin necesitar una sanción divina. El Templo se construye mediante el esfuerzo consciente.
En la práctica, la respuesta a nuestra pregunta inicial depende enteramente de la obediencia que se considere. Para la Masonería Regular, el teísmo es un pilar innegociable. Para la Masonería Liberal, la libertad de conciencia prevalece, permitiendo una interpretación personal del símbolo.
Ambas corrientes, aunque divididas en este punto fundamental, persiguen el mejoramiento del individuo y de la sociedad. Una lo hace desde la humildad ante un principio trascendente; la otra, desde la autonomía de la razón humana. La coexistencia de ambas perspectivas, cada una comprometida con sus principios, enriquece el panorama masónico global, demostrando que la Gran Obra puede ser abordada desde distintas sensibilidades filosóficas.