En numerosas ocasiones hemos escuchado que para ser considerado como candidato masón se requiere "ser un hombre libre y de buenas costumbres". Sin embargo, este requisito va más allá de la mera condición social de la libertad, ya que tiene un profundo significado interno y personal. Se refiere a la libertad esencial de estar desprovisto de creencias limitantes y restrictivas y sobre todo; de estar abierto a aprender.
Cuando ingresamos a la masonería, emprendemos un viaje de autodescubrimiento, un peregrinaje hacia la luz que ilumina la verdad. Este viaje no es meramente intelectual, sino que exige un cambio profundo en nuestra percepción del mundo y de nuestro propio sistema de creencias.
Los símbolos y rituales no son solo meros adornos o decoraciones; éstos funcionan como “hilos conductores” en nuestro viaje. Dentro de cada símbolo y alegoría yacen verdades que se desvelan a aquellos con la disposición y la madurez para interpretarlas a través del estudio. Pero, ¿qué representa exactamente esa libertad? ¿En qué se sustenta?
La libertad, como principio esencial, se entiende como la facultad de los individuos para actuar, decidir y elegir conforme a su propia voluntad. En el contexto masónico, la libertad se erige como el pilar central de la travesía hacia el conocimiento. Al cruzar el umbral del templo, nos liberamos de las cargas sociales y políticas que nos mantienen ligados al mundo profano.
La libertad no consiste en actuar sin considerar las consecuencias, ya que debemos asumir responsabilidad por nuestras decisiones y acciones. Se trata de poder elegir nuestro propio camino, tomando decisiones con sabiduría y responsabilidad.
La libertad, sin embargo, no basta por sí sola. Para avanzar en el camino masónico, debemos acompañarla de la madurez. La madurez nos permite asumir la responsabilidad de nuestras acciones, de aprender de nuestros errores y de crecer a través de las experiencias.
La madurez, al igual que la libertad, es un estado de entendimiento y responsabilidad que guía nuestro camino. Representa la capacidad de reflexionar con sabiduría, de tomar decisiones y de enfrentar los desafíos con claridad. La madurez se manifiesta en la disposición para aprender, en la apertura a nuevas perspectivas y en la búsqueda constante de la verdad, sin estar atados a prejuicios ni certezas inamovibles.
Un masón maduro es aquel que está dispuesto a enfrentar los desafíos que se presenten en su camino con valentía y determinación. Es aquel que busca la verdad con humildad, reconociendo que aún tiene mucho que aprender. La libertad y la madurez son las herramientas que nos permiten emprender el viaje masónico hacia la verdad interior.
Este viaje masónico no tiene un final definido, pues es un proceso continuo de aprendizaje y crecimiento personal. A medida que avanzamos en el camino, nos encontramos con nuevas verdades que nos desafían y nos obligan a reevaluar nuestras creencias y perspectivas, en muchos casos desaprendiendo lo aprendido para reenfocar y corregir para seguir edificando.
La masonería nos ofrece un espacio para reflexionar sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es una invitación a vivir una vida plena y significativa, en constante búsqueda de la verdad y la perfección.